En el
pasado las enfermedades mentales han sido un tema tabú en nuestra sociedad.
Padecer una enfermedad mental era motivo de vergüenza y se ocultaba. De hecho,
mi familia es de un pueblo muy pequeño de Andalucía y mis padres sentían
vergüenza porque mi medicación me producía efectos secundarios (se me caía la
baba, abría la boca y me era imposible cerrarla). Por ello siempre insistían
delante de la gente que cerrara la boca, pero a mí me era imposible. Yo no era
consciente del efecto que producía en la gente el mirarme, quizá sentían pena,
lastima o compasión de mí, no lo sé. Con el tiempo se ha socializado o
popularizado la respuesta a qué es una enfermedad mental y una buena parte de
la sociedad, al menos, ha entendido que le puede pasar a cualquiera. Pero sigo
pensado que en los pueblos pequeños todavía no está aceptado del todo. Ello es
porque faltan recursos y no hay instituciones que defiendan o apoyen los
derechos de las personas con enfermedad mental.
Por su parte, mis padres por fin han aceptado mi enfermedad, aunque no estaban convencidos del todo de que mi salud mejoraría, como en realidad ha ocurrido.
Es una tarea difícil la de visibilizar y normalizar las
enfermedades mentales cuando se le pone a la etiqueta de enfermedad de manera
indiscriminada. Por otro lado, gracias a los medios de comunicación en los que
participo, las redes sociales (mi blog de pildorasdesaludmental.com) y a muchas
campañas se está empezando a “desmitificar” la naturaleza de las patologías
psiquiátricas. Uno de los mayores problemas en este aspecto es la atribución de
rasgos generales (como la presencia de alucinaciones o las respuestas
violentas) a todas las personas que sufren de alguna dificultad en este
sentido. Yo por mi parte si he tenido alucinaciones, pero no he sido una
persona excesivamente violenta. De hecho, aunque he pensado alguna vez en
suicidarme, nunca he llegado a intentarlo.
Considero
que es importante que se sepa que todas las patologías de los diferentes
campos, las psicológicas especialmente, son muy heterogéneas y no siempre son
los mismos los síntomas o rasgos los que presenta cada persona. La “agresividad” que se les atribuye a las personas
diagnosticadas de esquizofrenia, por ejemplo, no es más que un mito. De hecho,
yo nunca he sido una persona agresiva.
El
estigma puede dar lugar a la discriminación. La discriminación puede ser
evidente y directa, por ejemplo, si alguien hace un comentario negativo sobre
la enfermedad mental o sobre el tratamiento, como cuando un amigo mío dijo que
si veía fantasmas. O también puede ser no intencional o sutil, como cuando mi
supuesta amiga evitó que me quedara a dormir más en su casa, porque asumió que
podría ser inestable, violenta o peligrosa a causa de mi enfermedad mental.
Un
estigma sucede cuando alguien te ve de manera negativa por alguna
característica distintiva o por un rasgo personal que se considera, o de verdad
es, una desventaja (un estereotipo negativo). Lamentablemente, las creencias y
las actitudes negativas hacia las personas como yo, que tienen alguna afección
de la salud mental, son frecuentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario